RESURRECCION de Jesús
           [247]

 
   
 

    

    La muerte de Jesús fue un hecho doloroso y real. Su cuerpo y su alma se separaron de la misma forma en que quedan separados los cuerpos y las almas de los que mueren. El hombre Jesús quedó destruido por la muerte y fue llevado por sus seguidores a la oscuridad del sepulcro en espera de poder amorta­jarlo al estilo de los judíos, lo que certificaba la certeza de su muerte.
   Pero Jesús había anunciado su victoria sobre la muerte y su salida triunfante del sepulcro. Llamamos resurrección al acontecimiento sobrenatural y misterioso por el cual, por su propio poder, el alma de Jesús vuelve a unirse al cuerpo y comienza vida gloriosa, real y auténtica.
   El misterio de la Resurrección de Cristo es un dogma básico y primordial para los cristianos.   Su nueva vida no se halla sometida sin más a las necesidades biológicas de los hombres normales, sino que se reviste­ de características singulares que hacen a Jesús sutil, resplandeciente, supramaterial e impasible.

   1. Conciencia de la Resurrección

   Los seguidores de Jesús tienen y proclaman desde los primeros momentos la conciencia de que Jesús ha resucitado de entre los muertos. Las múltiples apari­ciones de Jesús a diversas personas de la escena evangélica y de formas diversas, hace crecer en sus seguidores la firme convicción de que Jesús vive.
   Esto produce el gozo de la Resurrec­ción en ellos y en quienes se unen a ellos porque aceptan su mensaje.
   Esta con­ciencia no se reduce a una suposición afectiva e ima­ginaria. Se transforma en una convicción objetiva y apoyada en la experiencia directa de la contemplación de Jesús vivo por muchos testigos de sus apariciones.

 

   2. Sepulcro vacío

   El emblema y primer signo de que Cristo venció a la muerte está en el sepulcro vacío, que los relatos bíblicos se empeñan en resaltar.
   Fue al tercer día, al amanecer, cuando comenzaron a llover sobre los seguidores de Jesús los primeros testimonios de tal acontecimiento. Los textos evangélicos resaltan la incredulidad de los seguidores ante algo tan inusitado como era el que un muerto resucitase.
   Las primeras en descubrirlo fueron las mujeres que habían llorado ante Cristo agonizante en el Calvario. A ellas correspondió ofrecer el primer anuncio a los suyos y a la humanidad entera.
   "El primer día de la semana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena fue al Sepulcro. Cuando vio que la piedra que tapaba la entrada había sido quitada, volvió corriendo para contarlo a Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba. Les dijo: Se han llevado del Sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.  (Jn. 20.1-2)
   Ese plural: "no sabemos"... hace más verosímil el relato de Lucas, en el que se habla de varias mujeres, coincidiendo con Marcos y Mateo: "Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, habían ido detrás de ellos al Sepulcro y habían observado cómo su cuerpo quedaba depositado. Luego habían vuelto a casa y habían preparado ungüentos y perfumes. Durante el día festivo descansaron, conforme prescribe la Ley. El primer día de la semana, de amanecida, fueron al sepulcro con los ungüentos preparados. Al llegar encontraron la piedra de entrada removida. Entraron y no vieron el cuerpo del Señor Jesús, de modo que se quedaron desconcertadas sin saber qué hacer.
   De pronto se les presentaron dos hombres con ropas resplandecientes. Llenas de miedo, se inclinaron. Y los hombres les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí. Ha resucitado."  (Lc. 23.55 a 24.6)

   3. El acontecimien­to

   Los enemigos de Jesús se habían cuidado de evitar engaños, robos y noti­cias falsas. Sin saberlo, contribuyeron a dar difusión al hecho. Sabían que Jesús había prometido en varias ocasiones resucitar al tercer día, si le quitaban la vida. Y sabían que era posible que cumpliera tan singular amenaza.

   3.1. La guardia del Sepulcro

   En el Evangelio de Mateo se relata lo que habían intentado impedir los adversarios de Jesús: "A la mañana siguien­te, cuando pasó el día de la preparación, los jefes de los sacerdotes y los fariseos fueron a ver a Pilatos y le dijeron: "Señor, nos hemos acordado de que aquel embaucador, cuando vivía, afirmó que iba a resucitar al tercer día. Debes ordenar que se custodie el sepulcro hasta que haya pasado el tercer día, no sea que sus seguidores roben el cuerpo y digan a la gente que ha resucitado y el postrer engaño sea peor que el primero.
   Pilato les contesto: Ahí tenéis la guardia. Id vosotros mismos y asegurad el sepulcro como mejor os parezca. Ellos fueron y aseguraron  el sepulcro, sella­ron la piedra y dejaron de vigilancia el piquete de soldados". (Mt. 27. 62-66)

   3.1. Todo quedó en orden

   De haber sido Jesús un hombre rebelde, levantado contra el orden establecido o contra los Romanos, el tiempo habría hecho olvidar su figura.
  - La ejecución se había realizado y los soldados habían comprobado su muerte. Incluso habían traspasado su costado.
  - Sus seguidores se habían hecho cargo del cuerpo y había sido enterrado en un sepulcro conocido.
  - Sus discípulos habían huido y comenzaban a dispersarse, sobre todo los que habían creído en un Reino terreno.
  - La fiesta de la Pascua judía había terminado y los peregrinos se dispersaron hacia sus hogares.
  - Pilatos, Herodes, Anás, Caifás, los  protagonistas del drama del Calvario, se volvían a sus rutinas ordinarias.

   4. Jesús lo había anunciado

   El milagro de la resurrección de Lázaro, preanunció el mismo hecho de la Resurrección de Jesús. Fue la prueba de que el Hijo del hombre era dueño de la vida y de la muerte. Sus seguidores, y también sus enemigos, lo entendieron.
   El hecho sería la prueba suprema de que Jesús era nada menos que Dios, pues sólo Dios resucita muertos, como sólo Dios perdona pecados.
   Jesús mismo había relacionado su carácter mesiánico con la Resurrección que predijo en diversas ocasiones.

   4.1. Lo anunció a los suyos.

   Lo había anunciado a sus seguidores: "Tomando a parte a sus discípulos, les decía: Mirad que vamos a Jerusalén donde ha de cumplirse todo lo que dijeron los profetas... El Hijo del hombre será entregado a extranjeros, le insultarán, se burlarán de él, le escupirán y matarán. Pero al tercer día resucitará."   (Lc. 18. 32-33 y  Mc. 10. 32-34))

   4.2. Lo sabían los adversarios.

   Los escribas y los fariseos conocían, según lo dicen con insistencia los evangelistas, que Jesús había anunciado su resurrección, como prueba de su autoridad divina. "¿Con qué autoridad haces esto?... Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días...
   El templo de que hablaba era su cuerpo. Por eso, cuando resucitó, los discípulos lo recordaron." (Jn. 2.19-21)

   4.3. Lo supieron los soldados.

   La obstinación de los adversarios fue tal, que incluso se resistieron a humillarse ante la evidencia de los testimonios de los guardias que los formulaban. Cuando los custodios del sepulcro fueron con tal noticia, urdieron la mentira que indicaba todo lo que un espíritu hundido en el mal puede cavilar cuando se niega a ver la luz.
   Lo relata Mateo: "Mientras las mujeres iban de camino, algunos soldados de la guardia se llegagon a la ciudad y comunicaron a los jefes de los sacerdotes lo que había sucedido.
   Se reunieron con los ancianos del pueblo y determinaron sobornar a los soldados y les dieron una cantidad indicándoles: Decid así: sus discípulos vinieron de noche mientras dormíamos y llevaron el cuerpo. Si la cosa llega a oídos del gobernador, nosotros le hablaremos y os evitaremos complicaciones  Ellos tomaron el dinero e hicieron como les habían indicado. Y esta es la versión ha corrido entre los judíos hasta el día de hoy."       (Mt. 28. 11-15)



 

 

   

 

5. Resucitó al tercer día.

   La Resurrección de Jesús se ha celebrado siempre en la Iglesia como el gran acontecimiento de los creyentes. Que Cristo ha resucitado, que vive en medio de nosotros, que se halla en la gloria del Padre para disponernos lugar, que caminamos por el mundo en espera de su vuelta y, en una palabra, que el mensaje de Jesús es anuncio de vida y no de muerte, es fundamento de nuestra fe y luz de nuestra conciencia.
   Ese sentimiento y esa creencia son ala y base de nuestro espíritu creyente. Vivimos con la alegría de la presencia de Jesús resucitado, no con el recuerdo del Jesús histórico. Sin eso, la religión cristiana no sería más que una entre las muchas que hay en el mundo. Pero los cristianos nos diferentes de otras confesiones y de otros mensajes.
   El ideal de cristiano es ser como Cristo resucitado: es la vida eterna, es el encuentro con Dios, es el amor sin límites que nos promete y ya gozamos.

   5.1. Cómo aconteció

   La Resurrección de Jesús fue un hecho que no tuvo testigos. Es inexplicable a la razón, a la ciencia y a la antropología.
   Pero no es inasequible a la fe, la única fuerza interior con la cual se puede acercar la conciencia humana a tal acontecimiento.
   Mateo dice sobre el hecho: "De pronto se produjo un fuerte terremoto, y un ángel del Señor, que había bajado del cielo, removió la piedra que cerraba la entrada del Sepulcro y se sentó en ella. Resplandecía como un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve.
   Los soldados se pusieron a temblar de miedo. Pero el ángel dijo a las mujeres que estaban ya allí: No temáis. Sé que venís a buscar al que fue crucificado. No está aquí, ha resucitado tal como él mismo anunció. Venid y ved el lugar donde lo habían puesto. Y luego, marchad de prisa y comunicadlo a sus discípulos."   (Mt. 28. 1-7)
    El relato es sobrio, no mágico o espectacular. El sentido del mismo es testificar un hecho y comunicar, a quienes reflexionan sobre él, que la Resurrección de Jesús no fue algo visible ni sensible, como habían sido sus predicaciones, sus milagros, su pasión y muerte; pero sí fue real e indiscutible.
   La Resurrección de Jesús no fue un gesto o un signo, como los otros que había hecho en vida, como la resurrección de Lázaro, por ejemplo, o como la Transfiguración ante los ojos de tres Apóstoles.
   Fue algo misterioso, pero verdadera­mente histórico, aunque sucedió sin ojos humanos que lo contemplaran. Aconteció al amanecer del primer día de la semana y se comprobó, "por el sepulcro vacío" primero y por sus apariciones después, que no era un espejismo o ilusión. Quedó lo suficientemente claro para que lo aceptaran quienes miraran a Cristo con fe y para que lo dudaran quienes no tuvieran la fe.
    Por eso hubo pruebas suficientes de que había acontecido, pero no certificados sensoriales.

   5.2. Es un hecho de fe

   Por eso decimos que la Resurrección de Jesús fue un hecho de fe y no un mero acontecimiento en el tiempo o en el espacio.
     - No tuvo testigos directos, como los había tenido su muerte en la cruz, cuando su tiempo de vida se terminó ante los que contemplaban el espectáculo del Calvario.
     - Siguieron pruebas, que fueron las comunicaciones con los que creían en El. Unos le vieron y otro creyeron a quienes le vieron vivo.
    Quienes le habían amado desde el principio, y a quienes Dios dio el don de la fe, creyeron en Jesús Resucitado.
    Le adoraron, extendieron tal mensaje en su nombre, se sintieron dueños de la Historia.
    Los que no le amaron y no merecieron la gracia divina de la fe, al igual que acontecería a través de los siglos, no creyeron que un muerto pudiera resucitar y no lo aceptaron.

    6. Pruebas de la Resurrección

    El hecho de que la Resurrección no fuera presenciada por ningún ojo humano, no la quita el carácter histórico que posee y la garantía absoluta de su realidad indiscutible.
   Jesús quiso testificar con signos suficientes su vuelta a la vida. Sus seguidores no fueron visionarios que contemplaron en su fantasía lo que era fruto de sus ensueños o deseos subconscientes.
    Fueron los testigos de un hecho real y grandioso, que aconteció en el tiempo y cuya realización comenzaron inmediatamente a divulgar. Jesús estaba vivo. Ellos lo comunicaron a todos los hombres que quisieron aceptar, con la ayuda de la fe, su testimonio.

   6.1. Cadena de apariciones
 
   Fueron muchas, diversas en forma y destinatarios, con el común denominador de la sorpresa o resistencia a asumir lo que parecía "increíble".

   6.1.1. A María Magdalena.

   La primera y más afectuosa es la que relata el texto de Juan, cuando María Magdalena se encontró con el Señor. Lloraba en las cerca­nías del sepulcro, pues habían robado el cuerpo del Señor.
   "Vio a Jesús que estaba allí, pero no le reconoció. El preguntó: Mujer,¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
   Creyendo que era el hortelano, dijo: Si lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo me haré cargo de él.
   Entonces Jesús la llamó por su nombre: María. Ella se volvió al instante exclaman­do: Rabboni, que quiere decir "Maestro mío."      (Juan 20. 11-18)
   Jesús le dio el consuelo y el mensaje. El consuelo fue para su corazón amante y purificado por el amor al Maestro. Para sus discípulos, pues les envió, por su medio, el primer anuncio de su vuelta a la vida y las consignas sobre su presencia pronta en medio de ellos.

   6.1.2. A las mujeres.

   Mientras iban a llevar el anuncio de los ángeles a sus discípulos, Jesús les ofreció un nuevo signo. Salió al encuentro: "No tengáis miedo. Id y llevad mi noticia a mis hermanos. Decidles que se dirijan a Galilea, que allí podrán verme." (Mt. 28.10)

   6.1.3. A los de Emaús.

   Cami­naban hacia la aldea bajo la angustia, el desconcierto y la decepción. Jesús se juntó en el camino: "Sólo tú eres el forastero que no sabes lo que ha pasado estos días en Jerusalén."
   Jesús le explicó la situación: “¡Qué necios y lentos sois para comprender y cuánto os cuesta creer lo dicho por los profetas! ¿No tenía que sufrir todo eso el Mesías antes de entrar en su gloria?
   Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó cada pasaje de la Escritura que se referían a él mismo" (Lc. 24. 13-33)
   Cuando se les dio a conocer en el partir del pan, regresaron a Jerusalén para narrar su experiencia.

   6.1.4. A los Apóstoles.

   Discutían, oraban, comentaban y esperaban desconcertados. Tenían las puertas muy cerradas, por miedo a los judíos. Habían perdido el sentido de su vida al faltar en ellas la palabra de Jesús. También para ellos, los amigos de Jesús, hubo una palabra de presencia y una luz de orientación.
   "Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: “La paz sea con vosotros". Sorprendidos y asustados creían estar viendo un fantasma. Jesús les dijo: ¿Por qué os asustáis y dudáis tanto en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocad y mirad. Los fantasmas no tienen carne ni huesos y ya veis que yo los tengo".    (Mc. 16. 14-18)

   6.1.5. A Tomás y a los discí­pulos.

   Reviste especial interés por su referencia a la fe de sus seguidores. Tomás no había estado en la anterior aparición, no creyó que fuera real y afirmó desafiantemente la imposibilidad de tal acontecimiento. "Si no meto mis dedos en las heridas de sus manos y mi mano en la llaga de su costado, no creeré."
   Jesús vino a los ocho días. Y al decir a Tomás, que hiciera lo que él mismo había reclamado, Tomás creyó y terminó declarando: "Señor mío y Dios mío".
   Jesús le reconvino, como aviso para los demás: "Tú has creído, Tomás, porque has visto. Dichosos los que, sin haber visto, crean" (Jn. 20. 24-29)
  La figura del incrédulo Tomás quedará como prueba contundente del hecho.

  6.2. Apariciones en Galilea
 
   En las primitivas comunidades cristia­nas, los recuerdos sobre Jesús eran muchos y diversos. Con el tiempo se fueron ordenando en su mente, pero los testimonios fueron concordes.
   Es normal que las diversas tradiciones o relatos se superpusieran en los textos evangélicos, divinos por inspirados, humanos por ser redactados con sentimientos, recuerdos y doctrinas transmitidas por los hombres cambiantes.
   Un conjunto interesante de relatos en torno a las apariciones de Jesús se sitúan en Galilea, y acontecieron por explícito deseo de Jesús.

   6.2.1. Se apareció a los Once.

   En el monte de Galilea al que Jesús les había indicado dirigirse, aunque dice Mateo, parco en pormenores, que todavía dudaban algunos. "Los Once fueron a Galilea, al monte que les había indicado. Allí encontraron a Jesús y le adoraron, aunque algunos todavía dudaban." (Mt. 28. 16-20)

   6.2.2. En el Lago.

   En una ocasión, Jesús facilitó a los Apóstoles una pesca milagrosa. Hasta 153 peces grandes quedaron en la red, cuando hicieron lo que el Señor les decía desde la orilla.
   En tierra comieron los peces que ya tenía el Señor sobre unas brasas. Y nadie se atrevía a preguntarle quién era. Todos sabían que era el Señor.
  "Después de la comida, Jesús preguntó a Pedro tres veces: ¿Me amas más que éstos?... Y terminó diciéndole: "Apacienta mis ovejas." (Jn 21. 1-19)   

  6.2.3. A Quinientos hermanos

   Incluso S. Pablo nos alude a una aparición a unos quinientos hermanos, tal vez en Galilea. Ello quiere decir que sus apariciones no fueron ni reservadas o en secreto o sospechosamente restringi­das:
   "Resucitó al tercer día, como lo anunciaron las Escrituras y se apareció a Cefas primero y más tarde a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayor parte de los cuales vive todavía, aunque algunos han muerto ya. Y también se apareció a Santiago y luego a todos los Apóstoles. Y por último se me apreció a mí..."   (1. Cor 15.3)
    Es evidente que los testigos evangélicos no recogen todos lo hechos postre­surrecionales de Jesús. Otros muchos signos hizo con ellos durante un tiempo y quedaron, sin duda, en el misterio.

 
 

 

  7. Proclamación apostólica

   Los seguidores de Jesús comenzaron a presentarse ante los hombres desde el principio como los testigos y mensajeros del Resucitado.
   El que Jesús hubiera vuelto de entre los muertos, el que estuviera sen­tado a la derecha del Padre, el que latiera al principio en sus mentes y en su corazón la esperanza de su inmediata venida para juzgar a los hombres, les daba una fuerza singu­lar en su proclamación del Reino de Dios.
   La Resurrección, y su Ascensión a la derecha del Padre, constituyeron para ellos la primera energía en su predicación. Se empeñaban en decir que sólo proclamaban lo que había oído y visto. Y el valor de su testimonio resultaba indiscutible e irrefutable.
   Los Apóstoles lo dirían claramente, como en la Carta de Juan: "Lo que oímos y lo que vieron nuestros ojos... es de lo que damos testimonio." (1. Jn. 1.1.

   7.1. Catequesis de Pedro

   Son hermosas las catequesis resurreccionales de Pedro en los primeros tiem­pos y en las primeras predicaciones. En nombre y por delegación de los demás Discípulos, afirmaba en su primer mensaje después de haber recibi­do el Espíri­tu Santo: "A éste que vosotros habéis condenado, a Jesús, Dios le ha resucitado y todos nosotros somos testigos de ello. Y el poder de Dios le ha elevado a la máxima dignidad. Y El, habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, lo ha repartido en abundancia, como estáis viendo y oyendo". (Hch. 2.32-33)
    Los que oían su testimonio, se llenaban de preocupación. Sentían que algo grande había pasado entre ellos. Descubrían, por la acción del Espíritu Santo, que no debían dejar pasar la gracia.
   "Estas palabras calaron hasta el fondo de su corazón y decían a Pedro a los demás Apóstoles: ¿Qué debemos hacer, hermanos?  Pedro les contestaba: Convertíos y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre del Señor Jesús. Entonces recibiréis el Espíritu Santo....
   Y con estas muchas razones les instaba y les animaba diciendo: Poneos a salvo de este mundo corrompido."  (Hch. 2. 36-40)

   7.2. El mensaje de Pablo

   Más adelante, también Pablo, ya convertido, tomaría la Resurrección como centro de su mensaje y de su predica­ción en el mundo de los gentiles.  Casi un centenar de alusiones a la Resurrección se hallan en sus Cartas. Esta realidad de Jesús se había conver­tido en una base firme de su esperanza y de su estilo evangelizador.
  - "Creemos intensamente que Jesús murió y resucitó". (1 Tes. 4. 14 )
  - "Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe queda vacía."  (1 Cor 15. 14; Rom. 6.4; 1 Cor. 15.13; 1 Tes. 4. 13)
  - "Al igual que Cristo ha resucitado de entre los muertos, también nosotros seremos llamados a una nueva vida.”  (Rom. 6-4)

8. Mensajes resurreccionales

    La predicación de la Iglesia a lo largo de los siglos estará sembrada de referencias a Cristo resucitado y glorificado.
    Lo que los Apóstoles han ido diciendo en los tiempos primeros, se sigue proclamando a los largo de los siglos. Será la firme persuasión de la presencia de Cristo vivo en medio de los hermanos lo que dará fuerza y plenitud.

   1. Gracias a la Resurrección, los pecados son perdonados, pues ella ha sido la culminación de la obra redentora del Señor.
   2. Las gracias que Cristo ha conseguido con su muerte y ha culminado con su Resurrección de entre los muertos, nos son concedidas por el Bautismo, que nos lleva a una participación honda en los méritos y en la dignidad de Cristo.
   3. La Resurrección de Jesús es la garantía y el modelo de nuestra propia resurrección, ya que estamos destinados participar con él en su triunfo final.
   4. La Resurrección es la base de nuestra fe y la fuente e nuestra vida de cre­yentes en el Señor. En ella tenemos que apoyar el anuncio que hacemos por el mundo de lo que Jesús nos ha ense­ñado.
   5. Los cristianos esperamos una resurrección sublime. No queremos volver a esta vida, sino resucitar para la vida eterna, como el Señor Jesús que vive y reina para siempre.
   6. La vida de Jesús, desde su Resurrección, es sobrenatural aunque real, definitiva y está por encima de las características físicas del espacio y tiempo.
   7. Jesús demostró con sus apariciones y sus comunicaciones que su vuelta a la vida era auténtica. Cuando llegó el momento previsto en el plan de Dios, manifestó su despedida de los Apóstoles en el gesto de la Ascensión.
    8. Desde el cielo, desde la Derecha del Padre donde está con poder y gloria, volverá en los últimos tiempos a juzgar a vivos y muertos.
    Resucitó por su propio poder, lo cual significa que lo hizo en virtud de su calidad divina y no por el poder de Dios sin más, ya que el mismo Jesús es Dios, Señor de la muerte y de la vida.
    Es la proclamación de la Iglesia a lo largo de todos los tiempos. En el Catecismo de la Iglesia Católica, se dice: "La Resurrección de Cristo no fue el retorno a la vida terrena, como en el caso de las otras resurrecciones que el había realizado antes de la Pascua: la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naím, Lázaro.
    Estos hechos eran milagrosos, pero las personas afectadas por ellos volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena ordinaria. En cierto momento volverían a morir.
    La Resurrección de Jesús es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa a otra vida diferente más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo, participa de la vida divina en el estado de su gloria. Por eso San Pablo puede decir de Cristo que es ya "hombre celestial" (1 Cor. 15. 35-50). (Catec. Igl. Católica N 646)  

  

 

   

 

     9. Celebración resurreccional

   La Resurrección de Jesús es el mayor acontecimiento en la Historia del Señor. Es normal que la Iglesia la conmemore con fidelidad y regocijo de diversas maneras.

   9.1. Domingo, eco resurreccional.

   Los cristianos celebramos con regocijo, oración y descanso el domingo, por que es el recuerdo de la Resurrección de Jesús. Domingo significa Día del Señor. En el primer día de la semana judía, Jesús venció a la muerte. Los primeros cristianos comenzaron muy pronto a reunirse en ese día para orar y para celebrar con alegría la Resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo.
   Son dos mil años los que hemos estado celebrando esa fiesta de amor y de fe. Este tiempo ha dejado una trayectoria de recuerdos que están asociados al domingo, al día de descanso, de plegaria, de recuerdo.
   Cada pueblo creyente celebra un día a la semana de descanso y de fiesta, en parte religiosa y en parte social. Los judíos celebraran y siguen celebrando el sábado, séptimo día del calendario del Oriente arameo, recordando el descanso del Creador en el relato bíblico de la creación. Los mahometanos celebran el viernes, por sus recuerdos de ayuno profético en honor de Ala y de la purificación del mal.
    Los cristianos tienen una razón más profunda que cualquier otra religión para celebrar el primer día de la Semana. San Jerónimo escribía: "El día del Señor, el día de la Resurrección, el día de los­ cristianos, es nuestro día. Es el día en que el Señor subió victorioso. Los paganos lo llaman el día del sol. También nosotros lo haceos así con gusto, pues es el día en el que ha aparecido la luz del mundo y en el que ha amanecido el sol de justicia cuyos rayos traen la salvación." (Homilías pascuales)

   9.2. La celebración pascual

   Pero donde la Iglesia se entrega a una celebración magnífica e insuperable es en la Pascua del Señor, o fecha admirable en la que se une el Antiguo Testamento con el Nuevo.
   Si en la Pascua judía se celebraba la liberación de Egipto, con el paso del Mar Rojo, en la Pascua cristiana se conmemora la grandeza de la salvación conseguida por Jesús con su triunfo sobre la muerte.
    La Pascua es la fiesta más impresionante y solemne de los cristianos, precisamente por que es la celebración de la Resurrección el Señor, el gran misterio que lleva al corazón y a la mente del cristiano la fuerza de la fe y de la vida.

   10. Catequesis y Resurrección

    No hay fiesta y hecho que más condi­cione la catequesis cristiana que el misterio y el milagro de la Resurrección.  Y, por eso, no hay referencia más viva y cautivadora para el catequista que el hecho e que Cristo ha resucitado.
    En el terreno instructivo, hay que saber presentar el hecho y el misterio de forma sincronizada. Ni se trata de relatar sin más el acontecimiento, al margen de su significado misterioso, ni se trata de entrar a fondo en las polémicas teológicas a que se presta este singular acontecimiento de la Historia de la salvación.
    Y desde la perspectiva de la fe, es preciso resaltar en todo momento lo que la Resurrección representa para el creyente en Jesús.
      - No hay fe firme, si la certeza de que Cristo ha resucitado no se apodera de la mente del cristiano.
      - No hay esperanza posible, si no vemos en la Resurrección de Jesús el modelo de la nuestra.
      - Y no hay amor auténtico a Jesús, si Cristo no ha resucitado.
   Si sólo nos quedamos en la simpatía y en la admiración por el personaje que vivió hace dos milenios. Nuestro amor es para el Jesús vivo que habita entre nosotros. Bueno es, en este terreno doctrinal y espiritual de la Resurrección tener en cuenta tres consignas condicionantes de la catequesis cristiana

   1. Es conveniente atenerse en termi­nología y en conceptos a los modos de hablar de la Iglesia, evitando polémicas inútiles, sobre todo fuera de contextos intelectuales. Se corre el riesgo de la inadaptación o de la inoportunidad.

   2. Como hecho evangélico, hay que preferir en todo momento los términos bíblicos sobre otros más filosóficos o teológicos. Conviene tenerlo en cuenta cuando de niños y adolescentes se trate.

   3. Hay que resaltar la dimensión personal de la Resurrección de Jesús. Es algo que afecta a cada cristiano en concreto. Se debe evitar la generalización o la dispersión, como si de una doctrina especulativa se tratara. Jesús vivo nos afecta a todos los creyentes en grupo, a la Iglesia, pero también a cada uno en particular.